domingo, 22 de marzo de 2015

SU PRIMERA VEZ

El pasado mes de septiembre cumplió los dieciocho y empezó sus estudios universitarios. A primeros de marzo terminó su primer cuatrimestre en la facultad con unas magníficas calificaciones, fruto de su esfuerzo personal y de haber tenido el sentido común de elegir estudios siguiendo su vocación. Y hace unas horas ha estrenado su mayoría de edad ciudadana ejerciendo su derecho a voto. Ayer me pidió que fuéramos los dos juntos en esta mañana de primavera sevillana entreverada hasta el colegio electoral. Era su primera vez y quería compartirla conmigo, que yo le llevara de la mano en ese laico rito iniciático de la primera votación, más que nada por cuestiones prácticas porque las otras, las de conocimiento y reflexión, ya las había puesto él de su cosecha.

Y yo encantada. En todos los años que llevo empadronada en Sevilla, siempre he ido a ejercer este derecho sola y, ¿por qué no decirlo?, también me causaba cierta emoción que mi hijo quisiera que yo fuera testigo de esa experiencia, pero sobre todo porque sé que para él no ha sido un mero trámite pues en las semanas anteriores habíamos hablado muchas veces de sus dudas y preferencias, de programas electorales, que se estaba leyendo con detenimiento, y de candidatos, escándalos y corruptelas, así como de la naturaleza del poder.

Por eso afirmaba antes que a la hora de madurar su elección no había necesitado muletas, que él por su cuenta se había encargado de buscar, cotejar y discernir. Con la importante formación humanística que a sus años lleva ya a las espaldas más quiero pensar que el ejemplo de haberme oído tantas veces decir que a pesar de todo hay que votar, aunque nada te convenza y tu voto sea nulo a manera de protesta, y además en mi caso como mujer, que costó mucho a nuestras antepasadas arrancar ese derecho como para ahora hacer dejación de él, no me cabe duda de que esta mañana llevaba los deberes bien hechos.

Una vez que entramos en el colegio, se detuvo a mirar todas las papeletas. "¿No la encuentras?", le pregunto. "Quiero ver todos los que se presentan, algunos no los conocía. Son curiosos", me responde señalando alguna papeleta. Pienso que es capaz de volverse a casa a buscar en internet incluso esos programas. Pero no. Quiere ir a la cabina porque el voto es secreto y dice no parecerle bien esa falta de pudor electoral de coger la opción entre los partidos expuestos en los bancos. Y a partir de ahí: el buscar la mesa, dejarme pasar a mí primero, entregar su documentación y por fin la acción de votar: un ligero temblor en la mano, no atina a la primera, momento cumbre del rito, de la vez primera, del estreno oficial como ciudadano. 

Y yo, que me siento orgullosa de mi aprendiz de historiador, de este joven recién estrenado en la adultez, que tan en serio se ha tomado el gesto democrático de elegir, un gesto denostado, y no sin razón, por tantos motivos de peso: listas cerradas, corrupción, falta de altura política de los candidatos, y de miras de los partidos. Esa madurez, que quiero suponer no le es exclusiva, sino que a buen seguro es común a una considerable parte de su generación, es para mí un signo de esperanza. Ellos son el futuro y vienen con fuerza. No quieren repetir nuestros errores, no quieren hacer dejación. Si algo no les gusta, van a cambiarlo, pero lo harán desde la reflexión, desde el conocimiento, desde la responsabilidad y tomando las riendas con sus manos. 

Dejadme que, a pesar de los agoreros, de las opiniones catastrofistas y de la realidad de un sistema educativo que es evidente no saca lo mejor de nuestros chicos y chicas, esta noche haga una apuesta por ellos, por su sentido crítico y su responsabilidad, por su deseo de no ser manipulados y por su afán de tomarse en serio sus derechos y deberes sin dejarse engañar por cantos de sirena, equivocándose, sí, porque también ellos tienen derecho al error, pero con la resuelta intención de hacer lo mejor posible las cosas. No sé a quién habrá votado mi hijo (el voto es secreto), ni si será la mejor opción o la que yo habría elegido, pero sí sé que no lo ha hecho a la ligera ni dejándose llevar cual borrego por el grupo, sino desde el conocimiento y la reflexión. Y eso sólo tiene un nombre: ser ciudadano y no súbdito.

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